“–¡Dios mío! –exclamó la señora Bennet mientras miraba por la ventana a la mañana siguiente–. Es ése hombre tan detestable que viene de nuevo con Bingley. Es tan fastidioso que venga aquí otra vez el señor Darcy… ¿Qué vamos a hacer con él? Lizzie, tienes que ir a pasear con él para que deje en paz al señor Bingley…” Elizabeth casi no pudo contener su risa ante una proposición tan conveniente, y a la vez le disgustaba que su madre hablara así de él…” De sobra conocía Elizabeth Bennet razones para justificar la enorme satisfacción que suponía la compañía de Darcy. Y no solamente ella. Aproximadamente 300 años después de su época, ElizzyB tiene el atractivo enigma de Darcy en la punta de los dedos, y no ha mostrado reparos en abrir un foro en “El Salón de Té de Jane” para discutirla: “Elegancia, apostura, discreción, perspicacia, lealtad y unas rentas incalculables… Lo que tiene [Darcy] es que es el hombre ideal, y además, se nos expone de la manera que a las féminas nos gusta, es decir,