J.R.R. Tolkien es un autor destinado a sorprender. Ya en sus días de catedrático de literatura y filología inglesa (más bien, anglosajona y nórdica), sorprendió al mundo con la creación de un universo de ficción mítica (hoy diríamos "novelas de fantasía") en plena época del naturalismo y realismo literarios, en los días del psicoanálisis, de la física cuántica y la teoría de la relatividad, en los albores del estructuralismo y otro sinfín de corrientes mayoritariamente materialistas, cientificistas y — como lo diría Chesterton, otro gigante del pensamiento a quien Tolkien, si lo vemos a fondo, definitivamente admiraba — *pesimistas*. Tolkien, en el (lamentablemente) superficial escenario cultural moderno, habría resultado como un erudito de lo más pesado. En efecto, el hombre (el verdadero Tolkien de carne y hueso) mostró desdén por las "asociaciones de elfos" que empezaban a formarse en los Estados Unidos (hoy diríamos "Club de Fans") y, en cambio,