Si tenemos, en medio del ajetreo diario de nuestra rutina, un pequeño instante para reflexionar sobre la deslumbrante evolución que ha tenido Guatemala desde los nefastos tiempos del año 2007, no queda sino respirar aliviados.
Lejanos, extraños nos parecen ahora esas terribles épocas en que una serie de 5 a 8 muertos por homicidio aparecían en las páginas de los diarios todos los días. O esos tiempos en que las maras aterrorizaban y oprimían casi todos los sectores de nuestra sociedad, en especial los más marginados. Menos mal ya no tememos que los nuevos vecinos ricos o el compañero de trabajo que ha adquirido una fastuosa Hummer estén involucrados en narcotráfico, porque ése es asunto pasado. Y, por supuesto, qué orgullo que la Organización Mundial de la Salud haya retirado a Guatemala de la lista de países con mayores índices de desnutrición.
En fin, este cambio radical ha venido a confirmar, efectivamente, que Cien Días serían suficientes para que percibiésemos notables mejoras en la situación nacional, tal y como reiteradamente enfatizó Álvaro Colom en su campaña política, y como defiende aún hoy en día en su mandato...
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Colom, al parecer, creía ciegamente en que sus "programas integrales" lograrían, entre muchas cosas, generar en cien días un cambio palpable en el turbulento entorno que ha sacudido al país desde hace varios años. Tal plazo está a poco más de un mes de cumplirse pero, siendo ya francos, ¿qué diferencia concreta hay entre la situación actual y la del año pasado? ¿No fue este año que un grupo de narcotraficantes se enfrentaron bélicamente en un balneario de Zacapa? ¿O que un ex diputado narcotraficante tomó posesión de la alcaldía del departamento de Jutiapa? ¿O que pilotos de autobuses fueron asesinados en serie en una misma semana? ¿No fue la semana antepasada que un reconocidísimo asesor en casos de secuestros fue asesinado a tiros en el búlevar de Vista Hermosa?
Aunque el presidente defienda en sus conferencias de prensa o en sus declaraciones que el Plan de los Cien Días está tomando forma, no hay más que abrir los diarios, o sintonizar los televisores o las radios para seguir informándonos sobre las mismas tragedias violentas que, honestamente, siempre y cuando no nos afecten directamente, ya nos traen sin cuidado.
Si nuestro presidente desea anunciar en México que, efectivamente, se han reducido los homicidios en el país, habría que preguntarle a criterio de qué o de quién. Quizá en lugar de malgastar el tiempo en la ya clásica verborrea encubridora, el gobierno debería dejar de pelearse los puestos y, o bien trabajar hasta el cansancio, o bien admitir la imposibilidad de cumplir todos los cambios prometidos por ese Plan-Salvavidas-de-los-Cien-Días, ¡y trabajar!, por supuesto.
Después de todo, no nos sientan mal las ideas utópicas y, esperamos, sinceras del presidente, sino la pretensión de que hay ahora un salvador sin precedentes en la cabeza de Guatemala y que necesita solamente cien días para transformar nuestra atribulada nación.
Lejanos, extraños nos parecen ahora esas terribles épocas en que una serie de 5 a 8 muertos por homicidio aparecían en las páginas de los diarios todos los días. O esos tiempos en que las maras aterrorizaban y oprimían casi todos los sectores de nuestra sociedad, en especial los más marginados. Menos mal ya no tememos que los nuevos vecinos ricos o el compañero de trabajo que ha adquirido una fastuosa Hummer estén involucrados en narcotráfico, porque ése es asunto pasado. Y, por supuesto, qué orgullo que la Organización Mundial de la Salud haya retirado a Guatemala de la lista de países con mayores índices de desnutrición.
En fin, este cambio radical ha venido a confirmar, efectivamente, que Cien Días serían suficientes para que percibiésemos notables mejoras en la situación nacional, tal y como reiteradamente enfatizó Álvaro Colom en su campaña política, y como defiende aún hoy en día en su mandato...
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Colom, al parecer, creía ciegamente en que sus "programas integrales" lograrían, entre muchas cosas, generar en cien días un cambio palpable en el turbulento entorno que ha sacudido al país desde hace varios años. Tal plazo está a poco más de un mes de cumplirse pero, siendo ya francos, ¿qué diferencia concreta hay entre la situación actual y la del año pasado? ¿No fue este año que un grupo de narcotraficantes se enfrentaron bélicamente en un balneario de Zacapa? ¿O que un ex diputado narcotraficante tomó posesión de la alcaldía del departamento de Jutiapa? ¿O que pilotos de autobuses fueron asesinados en serie en una misma semana? ¿No fue la semana antepasada que un reconocidísimo asesor en casos de secuestros fue asesinado a tiros en el búlevar de Vista Hermosa?
Aunque el presidente defienda en sus conferencias de prensa o en sus declaraciones que el Plan de los Cien Días está tomando forma, no hay más que abrir los diarios, o sintonizar los televisores o las radios para seguir informándonos sobre las mismas tragedias violentas que, honestamente, siempre y cuando no nos afecten directamente, ya nos traen sin cuidado.
Si nuestro presidente desea anunciar en México que, efectivamente, se han reducido los homicidios en el país, habría que preguntarle a criterio de qué o de quién. Quizá en lugar de malgastar el tiempo en la ya clásica verborrea encubridora, el gobierno debería dejar de pelearse los puestos y, o bien trabajar hasta el cansancio, o bien admitir la imposibilidad de cumplir todos los cambios prometidos por ese Plan-Salvavidas-de-los-Cien-Días, ¡y trabajar!, por supuesto.
Después de todo, no nos sientan mal las ideas utópicas y, esperamos, sinceras del presidente, sino la pretensión de que hay ahora un salvador sin precedentes en la cabeza de Guatemala y que necesita solamente cien días para transformar nuestra atribulada nación.
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