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¡El Nuevo Periodismo adora la Literatura!



Suena el teléfono, y luego otro. Hay trece personas en la habitación, yendo y viniendo. Tazas de café vacías parecen ser el adorno favorito. Los computadores parecen estallar en medio de la ametralladora de palabras que urgentemente estructura los sucesos del día. Alguien grita, alguien apura, alguien se queja, alguien suspira. El desorden parece reinar en medio de la sala de partos que recibe 365 criaturas al año –una más en año bisiesto–; criaturas condenadas a morir 24 horas después por el simple hecho de quedar obsoletas. La prisa y la presión son los capataces de este salón, de este mundo agitado en que se desarrolla el periodista y su redacción.

En contraste, se puede imaginar esa tarde plácida en casa, donde una música de jazz inunda las estancias de la casa residencial e inspira con su calidez palabras más elaboradas. Al otro lado de la ventana, se extiende un jardín floreado bañado en luz vespertina y cielos algodonados. Y entre todo ello, entre la apacible soledad del descanso, el escritor se sienta frente a su ordenador y, acompañado por genios y musas que nadie más que él puede percibir, empieza a componer nuevos párrafos sobre cuestiones existenciales, filosóficas y trascendentales.

Periodismo y literatura. Muchos les consideran ámbitos hace tiempo escindidos pues, a primera vista, efectivamente no parecen tener nada en común más que su lenguaje: la palabra escrita. Si bien el periodismo nació como uno entre los muchos géneros literarios, específicamente el narrativo a través de su forma de crónica, hoy en día el área de la comunicación social se ha desarrollado a tal grado que tiene esencia propia y capacidad de subsistir por sí misma. En efecto, una de las más importantes características del periodismo es la independencia y por mucho tiempo, los teóricos de la información se empeñaron en romper totalmente las relaciones con la literatura bajo los estandartes de la objetividad, la concisión y claridad de lenguaje, la brevedad, la sencillez, etc.

No obstante, la actualidad ha propiciado ideas nuevas. Las notas frías y los artículos piramidales materialmente han decepcionado tanto a periodistas como a lectores de talla. Los primeros no gozan en absoluto recibir calificativos de “transcriptores de la información” o “altavoces de los sucesos diarios”, títulos que claramente instrumentalizan a los sujetos de dicha profesión. Los segundos están cansados de esa lectura lineal, desapasionada, sin fuerza ni vida, tediosa y apartada a la que, por necesidad, se ven obligados a soportar diariamente.

Así pues, en un esfuerzo por definir la profesión y levantarle hasta la categoría que su importancia le merece, los teóricos han empezado a conformar “la ciencia del periodismo”. La idea es exigir calidad en este ámbito, siendo éste el principal proveedor informativo a nivel mundial; romper con el paradigma de que el periodismo es mera especulación basada en el escándalo o, aún más, un mundo abierto para todos aquellos que no han encontrado más que puertas cerradas en otros ambientes. Ahora bien, para lograr todo esto se vuelve necesario reformar las viejas bases de la profesión y esto implica una exigencia en el área del lenguaje.

Concretamente, hay dos corrientes que han sobresalido en medio de esta revolución. El periodismo interpretativo exige del periodista un ahondamiento en su labor investigativa. El nuevo periodismo, irónicamente, regresa a sus orígenes a través de una estructura mucho más narrativa, mucho más literaria, en cierto sentido.

¿Por qué se desconfía de esa relación de la literatura con el periodismo? Hay quienes temen que la subjetividad del yo poético o del escritor, que toda esa gama de colorida emotividad desvirtúe o enturbie tanto la verdad como la comprensión de la información, además de atentar contra la alabada objetividad. Y, por supuesto, esto sería imperdonable, una imposición forzosa de lenguaje elevado y elaborado a una audiencia lectora que desea conocer los sucesos más relevantes de su jornada, muchas veces mientras toma un fugaz desayuno y no precisamente en una butaca.


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Imagen: Chair Newspapers and City by jadawyziram

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