Cuando algún insólito impulso nos empuja hacia la cartelera de teatro nacional, lo primero que encontramos son títulos magníficos como “Blanca Pérez y los Siete Jananos”, alguna nueva adición a la popular saga de “Los Tres Huitecos”, “Cuarto para Cuatro”, “Pasiones Zacapanecas”, sin mencionar la clara advertencia de muchas otras sobre un contenido exclusivo “para adultos”. Verdaderamente impresionante.
El año pasado, por una peculiar circunstancia, surgió la invitación de asistir a una presentación exclusiva de “El día que Teco temió”. Dado que encuentro el género teatral fascinante, decidí darle una oportunidad a esa famosa obra que llevaba ya cerca de un año en vallas panorámicas. Dispuesta a dejar de lado todos mis prejuicios, me acomodé en la butaca, dispuesta a disfrutar de un poco de teatro local. Al cabo de casi cuatro horas exasperantes me aferraba a mis prejuicios más que nunca.
¡Es triste! Ni siquiera tan vulgar como patético. ¿Era ése el grandísimo éxito del teatro nacional? Cuatro horas de escuchar idioteces por parte de tres borrachos sin remedio, no sólo estúpidos sino, además, machistas. Cuatro horas de diálogos circulares, irrelevantes, insustanciales y, por si ello fuera poco, a unas innecesarias 5 ptua por minuto. Cuatro horas, en fin, de una trama sin fondo, reflejo orgulloso de una sociedad decadente que, lamentablemente, besa con maestría la mediocre exigencia artística de nuestra nación.
Los guatemaltecos vivimos quejándonos, lloramos y denunciamos las tragedias causadas por la desintegración familiar –violencia, alcoholismo, abusos sexuales, incluso femicidio–, el irrespeto e, incluso, todas las lamentables consecuencias de la ignorancia del analfabeto. No obstante, si la mismísima problemática está exaltada en un escenario y bajo una serie de luces espectaculares, dicha temática merece hasta nuestros aplausos y vítores, sin dejar fuera las carcajadas que nos sacan hasta las lágrimas.
Sin pretensión alguna de ofender a nadie, permitir tan malsanas representaciones artísticas en nuestros escenarios –¡y peor aún, aclamarlas!– es, disculpen todos, el reflejo de una sociedad ignorante. Es importante plantearnos la siguiente pregunta: ¿cuál es la función del teatro? Inmediatamente, entretener, por supuesto. Pero para los estudiosos –ya sea literatos como sociólogos o antropólogos– el teatro es el vehículo que carga las ideas y cosmovisiones de un pueblo en determinada época; una herramienta pedagógica que el dramaturgo utiliza para transmitir un mensaje que llame a despertar la conciencia.
Escuchar durante cuatro horas a unos elocuentes actores –porque hay que admitir que tienen el talento de la palabra oral– improvisar la estructura de un discurso hecho, y que a la vez aprovechan para presentar un chimichurri de crítica mordaz sin un enfoque concreto, es realmente una pérdida de tiempo y un derroche de ingenio.
¿Qué podemos concluir de todo esto? Podríamos hacer varios señalamientos sobre el fenómeno desde diversos puntos de vista, pero centrándonos específicamente en la labor mediática, resalta un caso escandaloso de negligencia: la falta de crítica. Crítica no es hacer una reseña de la obra ni un fusilamiento ensañado de la misma, sino un comprometido análisis que elogia y reprueba con firmeza conceptual, que instruye, guía y orienta al lector, y que impulsa o exige calidad artística a dicho gremio.
Si todos los medios nacionales se comprometieran a dedicar una atención seria –¡contratar!– a críticos especializados, y otorgarles espacios relevantes dentro de sus páginas, la crítica local empezaría a actuar como un filtro de calidad. Los ingeniosos dramaturgos guatemaltecos empezarían a respetarse más, y a respetar a su audiencia también. Pues a ellos les digo: los guatemaltecos somos mucho más inteligentes de lo que nos consideran, capaces de apreciar algo más que unas “Pasiones Zacapanecas”.
El año pasado, por una peculiar circunstancia, surgió la invitación de asistir a una presentación exclusiva de “El día que Teco temió”. Dado que encuentro el género teatral fascinante, decidí darle una oportunidad a esa famosa obra que llevaba ya cerca de un año en vallas panorámicas. Dispuesta a dejar de lado todos mis prejuicios, me acomodé en la butaca, dispuesta a disfrutar de un poco de teatro local. Al cabo de casi cuatro horas exasperantes me aferraba a mis prejuicios más que nunca.
¡Es triste! Ni siquiera tan vulgar como patético. ¿Era ése el grandísimo éxito del teatro nacional? Cuatro horas de escuchar idioteces por parte de tres borrachos sin remedio, no sólo estúpidos sino, además, machistas. Cuatro horas de diálogos circulares, irrelevantes, insustanciales y, por si ello fuera poco, a unas innecesarias 5 ptua por minuto. Cuatro horas, en fin, de una trama sin fondo, reflejo orgulloso de una sociedad decadente que, lamentablemente, besa con maestría la mediocre exigencia artística de nuestra nación.
Los guatemaltecos vivimos quejándonos, lloramos y denunciamos las tragedias causadas por la desintegración familiar –violencia, alcoholismo, abusos sexuales, incluso femicidio–, el irrespeto e, incluso, todas las lamentables consecuencias de la ignorancia del analfabeto. No obstante, si la mismísima problemática está exaltada en un escenario y bajo una serie de luces espectaculares, dicha temática merece hasta nuestros aplausos y vítores, sin dejar fuera las carcajadas que nos sacan hasta las lágrimas.
Sin pretensión alguna de ofender a nadie, permitir tan malsanas representaciones artísticas en nuestros escenarios –¡y peor aún, aclamarlas!– es, disculpen todos, el reflejo de una sociedad ignorante. Es importante plantearnos la siguiente pregunta: ¿cuál es la función del teatro? Inmediatamente, entretener, por supuesto. Pero para los estudiosos –ya sea literatos como sociólogos o antropólogos– el teatro es el vehículo que carga las ideas y cosmovisiones de un pueblo en determinada época; una herramienta pedagógica que el dramaturgo utiliza para transmitir un mensaje que llame a despertar la conciencia.
Escuchar durante cuatro horas a unos elocuentes actores –porque hay que admitir que tienen el talento de la palabra oral– improvisar la estructura de un discurso hecho, y que a la vez aprovechan para presentar un chimichurri de crítica mordaz sin un enfoque concreto, es realmente una pérdida de tiempo y un derroche de ingenio.
¿Qué podemos concluir de todo esto? Podríamos hacer varios señalamientos sobre el fenómeno desde diversos puntos de vista, pero centrándonos específicamente en la labor mediática, resalta un caso escandaloso de negligencia: la falta de crítica. Crítica no es hacer una reseña de la obra ni un fusilamiento ensañado de la misma, sino un comprometido análisis que elogia y reprueba con firmeza conceptual, que instruye, guía y orienta al lector, y que impulsa o exige calidad artística a dicho gremio.
Si todos los medios nacionales se comprometieran a dedicar una atención seria –¡contratar!– a críticos especializados, y otorgarles espacios relevantes dentro de sus páginas, la crítica local empezaría a actuar como un filtro de calidad. Los ingeniosos dramaturgos guatemaltecos empezarían a respetarse más, y a respetar a su audiencia también. Pues a ellos les digo: los guatemaltecos somos mucho más inteligentes de lo que nos consideran, capaces de apreciar algo más que unas “Pasiones Zacapanecas”.
Comentarios
Muchísimas gracias por tu comentario! De verdad que es refrescante. Vieras cómo se enojaron los cachurecos con mi columna. Hasta mails de insultos recibí!!! Pero bueno, ése es uno de los objetivos. Cuál es tu email? Tenés alguno de gmail?
Un abrazo muy fuerte desde Madrid!!!
Martín
Con respecto a lo de esta obra de teatro, sinceramente nunca he visto una de los Huitecos, pero cuando me los mencionan siempre me dicen que debo ir a verlos, que uno se ríe mucho.
haciendo un poco de abogado del diablo, digo que mucha gente está consciente de que participan en una degradación de la cultura y la sociedad al ver "cuatro horas" de este show incoherente, pero al mismo tiempo saben que es mejor desahogarse y distraerse de esta manera, que enfrentar por unas horas más, la dura realidad.
Como tú dices, el teatro es un reflejo de nuestra situación actual, y por algo hay esta gran necesidad de refugio en obras patanas.
Me entretuve mucho, saludos!
El trabajo de la crítica debe existir, pero a los medios no les preocupa, porque a poca gente le interesa leer crítica, aquí todo se vuelve complaciente.
Hay cosas que deben verse, como parte de la cultura propia, luego se tendrán las bases suficientes para hacer crítica, es bueno dejar de lado los prejuicios; pero ser objetivo.
Saludos