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"El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde" y la maldad que corroe


He aquí un gran clásico de los cuentos de terror. Mi primer recuerdo de esta historia se encuentra en los cortos animados de los Looney Tunes, en donde hay un episodio con un elegante científico que se transforma en una horrible criatura verde de rostro demente luego de tomar una pócima para tal fin.

Pero, ¿por qué alguien haría algo así? ¿Tomar una pócima patra transformarse en un monstruo? Robert Louis Stevenson nos da una interesantísima aproximación al tema del bien y el mal en esta corta pero fascinante novela. ¿Son el bien y el mal realmente una dualidad? Esa es la pregunta principal: ¿son acaso dos caras de una misma moneda, que necesariamente tienen que estar en equilibrio, bajo el supuesto entonces de que el mal TIENE qué existir? ¿O es que, acaso, deben luchar para ganar un único asiento disponible? ¿Qué pasaría si de repente se les ocurriera compartir?

A continuación encontrarán un ensayo que trabajé al respecto, sobre el bien y el mal como dualidad que plantea aquí Stevenson.

El Bien y el mal; Dr. Jekyll y Mr. Hyde
[Con extractos de la novela de Robert Louis Stevenson, según el diario del Dr. Henry Jekyll]

El bien y el mal son comúnmente considerados como la gran dualidad humana. Ambos elementos representan la eterna lucha del hombre, la eterna competencia por ganar la felicidad. No es asunto nuevo divagar sobre ello. Este conflicto es universal, ajeno al tiempo, y propio del ser humano. El bien y el mal son dos guerreros perennes; cada conciencia, su campo de batalla…

“Considerando las dos naturalezas que se disputaban en el campo de mi conciencia, entendí que si se podía decir, con igual verdad, ser una como ser otra, era porque se trata de dos naturalezas distintas… Si éstos, me decía, pudiesen encarnarse en dos identidades separadas, la vida se haría mucho más soportable…”

He ahí el ingenuo planteamiento que más tarde acabaría por borrar misteriosamente del mapa a Henry Jekyll, reconocido doctor inglés del siglo XIX. El último vestigio suyo es la confesión escrita que dejó atrás.

A primera vista, realmente parece muy tentador el desdoblarse en bien y mal, el dejar que cada una de estas facetas humanas actúe libremente, sin que el mal manche las disposiciones del bien, ni éste último arruine las diversiones del anterior.“El injusto se iría por su camino, libre de las aspiraciones y de los remordimientos de su más austero gemelo; y el justo podría continuar seguro y voluntarioso por el recto camino en el que se complace, sin tenerse que cargar de vergüenzas y remordimientos por culpa de su malvado socio…”

¿Cuántos no se sumarían a la misma empresa? ¿Cuántos no se apuntarían al nuevo experimento? Es de asegurar que no pocos hombres dormirían mejor si pudiesen desembarazarse de su faceta malvada, a la vez que ésta estuviese admitida a complacer sus caprichos a rienda suelta. Dividir la esencia del hombre en “bien y mal”, como se empeñó el Dr. Jekyll, era, en el fondo, desatar algo aún más complejo y coexistente: la libertad y la responsabilidad. Y las consecuencias de esta separación eran más peligrosas de lo que Henry Jekyll podría imaginar.

El doctor, maravillado ante la perspectiva de “librarse de su cara malvada”, optó por llevar a la práctica su atractiva tesis. Una potente droga, una poción, fue la idónea para remover los cimientos de su identidad personal, y luego, tras el primer perturbador experimento, apareció Edward Hyde. Como auténtica representación de la maldad, Hyde era un personaje grotesco. “Sin embargo, cuando vi esa imagen espeluznante en el espejo, experimenté un sentido de alegría y de alivio, no de repugnancia. También aquel era yo. Me parecía natural y humano…”. Hyde, no obstante, era más joven y ágil que Henry Jekyll: “El lado malo de mi naturaleza… era menos desarrollado que mi lado bueno… Mi vida, después de todo, se había desarrollado en nueve de sus diez partes bajo la influencia del segundo…”

Hasta aquí, el experimento había tenido un resultado positivo y aliviante: Henry Jekyll estaba más definido por su bondad que por su maldad. Sin embargo, tanto él como cualquier otro en su lugar, no tardaría en caer bajo una comprensible tentación: “…yo no había aún perdido mi aversión por una vida de estudio y de trabajo. A veces tenía ganas de divertirme. Pero, como mis diversiones eran, digamos así, poco honorables, y como era muy conocido y estimado… la incongruencia de esa vida me pesaba cada día más. Principalmente por esto me tentaron mis nuevos poderes… Sólo tenía que beber la poción, abandonar el cuerpo del conocido profesor y vestirme, como con un nuevo traje, con el de Edward Hyde...”

Libertad… Libertad de hacer el bien, libertad de hacer el mal… Sin responsabilidad entre uno y otro. Eso era, a primera vista, en lo que potencialmente se había convertido el Dr. Jekyll al transformarse en el Sr. Hyde; “…porque Edward Hyde, hiciese lo que hiciese, desaparecía como desaparece de un espejo la marca del aliento; y porque en su lugar, inmerso tranquilamente en sus estudios al nocturno rayo de la vela, había uno que se podía reír de cualquier sospecha: Henry Jekyll…”

“Y Jekyll, cuando volvía en sí… incluso procuraba, si era posible, remediar el mal causado por Hyde. Y así su conciencia podía dormir…”

De esta forma, cada vez que Jekyll, en busca de la “felicidad”, deseaba perseguir sus más bajos placeres, bebía la poción y así, transformado en Hyde, era libre para divertirse. La poción era, pues, un dique que separaba las dos naturalezas morales y las contenía separadas mientras su efecto persistía. No obstante, el mal, sin la intervención del bien, deja de ser simplemente poco decoroso, se transforma en monstruoso.

Excelente idea, visto superficialmente, detener ese clásico y hostigante conflicto. Habría que decir que los deseos de Jekyll nunca fueron malintencionados pero, lastimosamente, este sujeto jugó con fuego. El Mal es traicionero. El Mal no cesa el conflicto; es parte de su naturaleza atacar. Y si el Bien baja la guardia, el Mal se aprovecha. Así de sencillo y así sucedió. Sin el Bien para que lo aplacase, el Mal se transformó en un verdadero monstruo. Embistió el muro que lo separaba de su enemigo, lo agrietó poco a poco hasta debilitarlo lo suficiente, y devoró a su desprevenido contrincante.

Jekyll pensó que las reglas del juego estaban asentadas, que las conocía y las controlaba. No obstante, ninguna poción fue necesaria para que despertase una mañana convertido en Hyde. Al parecer, las acciones de éste no estaban tan desligadas del doctor Jekyll, pues ahora Hyde, esa intrínseca maldad, volvía a asomarse en el alma del doctor. Y poco a poco, el último empezaba a dominar y poseer al primero. Ya anteriormente se ha mencionado una causa de este fallo: el Mal no admite pausas ni recesos, aprovecha cada momento. Hyde se la pasaba tan bien en sus noches de juergas que no parecía dispuesto a esperar que el ánimo de Jekyll le permitiese salir; Hyde quería hacer de las suyas siempre, a cada momento, y en el momento que Jekyll creyó tener control de la situación… ¡oh, sorpresa! Hyde atacó.

Ahora bien, habría que preguntar: ¿Jekyll, verdaderamente, era el bien? En realidad, considerando los hechos, es evidente que este doctor no se había librado por completo de la oscura sombra de Hyde. Aún había una fina ranura entre ambos por la cual el segundo había hallado forma de penetrar en el primero, hasta que finalmente se apoderó de él. “Así, de las dos personas en las que me dividí, una fue totalmente mala, mientras la otra se quedó en el antiguo Henry Jekyll, esa incongruente mezcla que no había conseguido reformar. El cambio, por tanto, fue completamente hacia peor”.

La lucha entre el Bien y el Mal no puede, ni debe, detenerse. Intentarlo conlleva la sentencia de muerte del bien, pues éste, sumiso, obediente, respetuoso, respetará la regla. El mal, como hemos dicho, no. La única forma de acabar con el conflicto es con la victoria del bien, promoviendo el término de tal batalla a favor de éste. Es, pues, verdaderamente insensato dar libertad al mal ya que este último es demasiado astuto para correr el riesgo: “A partir de ese día, fue sólo un esfuerzo atlético, y sólo bajo el estímulo inmediato de la mezcla pude a intermitencias mantenerme en la persona de Jekyll… Parecía que, al disminuir las fuerzas de Jekyll, las de Hyde aumentaran” . Dicen que poco es nada, una tonta travesura, ¿qué va a hacer? El mal, a través de estos pequeños engaños, se abre paso en el hombre, abre cauce, pica, desprende… Y finalmente, debilitada el alma que no lo lucha, la ataca con la fuerza de una potente corriente, la inunda, la envuelve, y la posee…

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