Con un nudo en la garganta contemplo la realidad cotidiana, confundida, ansiosa en extremo y sin capacidad de comprender este absurdo sentimiento. Cierro, pues, los ojos, y mientras leo, mi alma va encontrando en esas páginas un alimento tan anormal como su propia naturaleza, y cada letra, que convencionalmente resulta siendo apenas un monograma, se convierte en un elocuente ideograma; porque esta A no es igual a esa a, ni a esa á, ni a esa ă, ni a esa â, ni a esa À, ni a esa ä, ni a esa à, ni a esa ã, y mucho menos a esa A, que ya no es igual a aquella por la simple razón de haber desfilado después, en otro tiempo y bajo otras ideas. Y es entonces que, siguiendo tan insólita perspectiva, los accidentes y circunstancias adquieren un significado trascendente, mientras que el mundo como un todo lo pierde. ¿Es todo esto nada más que la locura de una interpretación de ritmos? Si fuera así, ¿por qué resulta que Clint Mansell puede explicar mejor mi sinfonía constante con su Requiem for a Dream, que cualquier otra criatura “mejor dotada de lenguaje”? Tal vez la vida habla por medio de vibraciones que sólo algunos, lo suficientemente sensibles, lo suficientemente locos, lo suficientemente afortunados y desafortunados, podemos aprehender. ¡Pero comprender…! A pesar de que el mundo parece tener estabilidad para la gran mayoría, esta clase de almas nos sentimos siempre perdidas, víctimas de nuestras propias elucubraciones maníacas o de nuestras incomprendidas capacidades –por ambas partes. Porque puede que sea, sin mayores preámbulos, alguna especie de afección psicológica la que sufrimos –aunque, ¿puede el loco plantearse su propia enfermedad y acertar en su diagnóstico? Y sin embargo, vale plantearse si la psicología en sí está siguiendo una pauta de convencionalismos socioculturales, quizá inconscientemente, pues es de común conocimiento que una mente que funciona de manera distinta a sus congéneres es automáticamente tachada de enferma. No obstante, de vez en cuando alguna de éstas decide exhibir sus raras cualidades y las pone al servicio de su especie –o puede que nada más tenga la suerte de ser una peculiaridad acoplable a su época– y es entonces, paradójicamente, que el mundo proclama genios. Así que todo se convierte en un torbellino cuando, empero, queremos agitar la cabeza para sacudir esos estrambóticos menudeos e intentar concentrarnos en una rutina que, al encender el televisor, coloca a un sujeto en una película que dice: “Yes, you have a past. Who doesn’t? What I want to know is if I have a place in your future”. Y luego, la idea transforma el corazón en otro tipo de instrumento de percusión, más etéreo e inaccesible a la inteligencia humana; un golpe que provoca resonancias del pasado que intentan inmiscuirse en nuestras injerencias futuras. Podríamos, en tal caso, citar a Elizabeth Bennett y decir con ella, con una mueca irónica en el rostro: “And would you consider pride a fault or a virtue?”, a la vez que bajo nuestra lengua se cocina un postre muy amargo que considera tal pregunta como mérito digno de un vidente de mentes. Pero tal cuestionamiento no se acerca ni ligeramente a las habilidades extraordinarias que, más bien consideradas mitos, podrían ser también “bellas durmientes”. Tal y como dijo Cris Johnson, ese otro sujeto fantástico que realmente nadie conoce: “The future changes everytime you look at it. Because you looked at it. Cause once you see it, you’re different. Maybe just a little. And that changes everything else. It’s got something to do with quantum physics”. Así que tal declaración podría ser, por los mismos motivos, esa anhelada explicación a por qué cada vez que un deseo vestido de gala ronda el vecindario, está condenado a un aborto. Porque los deseos son posibilidades y de ellas está hecho el futuro, ¿no? Y si somos capaces de adelantarnos a ellos, una sorpresa adquiere el doloroso precio de mil y un decepciones. Tal vez mil y dos. Es una cuestión complicada, evidentemente, y las mentes que se atreven a creer que el tiempo no es tan simple como parece –pasado, presente y futuro, en dicha dirección, ¿no?–, deben estar trastornadas, o, visto el caso compasivamente, ser nada más que ingenuas; claro… Seguramente es un asunto psicótico creer que si volvemos el rostro podríamos encontrar parte de nuestro futuro y que muchas de las respuestas y soluciones a nuestros tormentos pasados se encuentran algunos kilómetros después de ese letrero que indica “viraje obligado”, y que nos golpea en la cabeza –¡cuidado que fuera de él no hay nada seguro! Entonces, bajo tan rocambolesco aunque razonable pensamiento, no resulta en absoluto irracional considerar la existencia de lo inaudito, pues, como dijo el mismo mago: “Sometimes the magic is real but has to disguise itself as a cheap trick”, parafraseando. Por lo mismo, la fantasía sería nada más que la misma realidad disfrazada de mentira. Porque lo insólito provoca desconocimiento; el desconocimiento provoca incomprensión; la incomprensión implica falta de control; la falta de control provoca miedo; el miedo provoca paranoia; la paranoia incita a la agresión; la agresión se alivia en la destrucción. Así que más vale citar una vez más al mago y decir: “The idea is to go unnoticed so I can keep coming back to the trough”, una triste condena a la miseria de la ridiculez, claramente. Así pues, no hay más que cargar con la pesada rutina que sentencia a morir ahora o marchitarse en una sucesión de días sin calor, sin brillo y, para acabar la desgracia con un toque letal, ¡sin galletas! Una existencia que contempla a diario cómo esa cosa blanca detrás de la puerta sigue cayendo para provocar el frustrado llanto de nuestra incomprensión; que por más que intente ser sutil al enviar ese mensaje –‘this speeding cars is for you, my love’–, sólo buscará cavar más el hoyo conforme le pregunten por la identidad de la dedicatoria o le comenten sobre la discordancia gramatical -¡y triste!, porque la velocidad a tolerar rebasó sus límites ¡Y peor! Porque el fuego se apaga cuando descubres que existe y el agua se te escurre entre las manos antes de apagar ese fuego que jamás encendiste. Y si preguntan por qué lloras, dirás que es por haber encontrado el tesoro perdido y, ante él, lo único que puedes hacer es repetir el lamento de Padme: “ I'll never stop loving you, but you are going down a path I can't follow”; ¡y lloras porque, aunque sabes que muchos te aman, en realidad nadie te mira! ¡Y lloras porque tus sacrificios se han llenado de ponzoña y por ello son inútiles! –puesto que peor que perder es haber fallado. Y entonces, cuando parece que has cambiado la vida por la subsistencia, te frenas y te atreves a rebelarte y a morir en el intento, que más vale tomar las riendas si el caballo va a encabritarse; porque es mejor saber que la culpa es nuestra, ¡y entender!, a seguir siendo víctima de las circunstancias… Dudar, creer, entender, ser herido y dudar otra vez... ¡Y es la historia sin fin!
Es un largo pensamiento, ya lo sé, pero tiene más sentido que cualquier otra cosa que haya redactado jamás. No espero que tenga sentido para todos, sólo espero que tenga sentido para alguien que necesite el aliento de no saberse solo –en este contexto, claro. No puedo decirle que soy igual a él –o ella–, porque no lo soy, y no voy a entenderlo del todo tampoco. Pero sí puedo decirle que, citando al enigmático Kirtash, “Dentro de ti hay más de lo que conoces”, y tomar en serio la resolución de dicho misterio debería darle sentido a todo lo demás.
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Imagen: A Midwinter Night's Dream by kmye_chan
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