Con un nudo en la garganta contemplo la realidad cotidiana, confundida, ansiosa en extremo y sin capacidad de comprender este absurdo sentimiento. Cierro, pues, los ojos, y mientras leo, mi alma va encontrando en esas páginas un alimento tan anormal como su propia naturaleza, y cada letra, que convencionalmente resulta siendo apenas un monograma, se convierte en un elocuente ideograma; porque esta A no es igual a esa a, ni a esa á, ni a esa ă, ni a esa â, ni a esa À, ni a esa ä, ni a esa à, ni a esa ã, y mucho menos a esa A, que ya no es igual a aquella por la simple razón de haber desfilado después, en otro tiempo y bajo otras ideas. Y es entonces que, siguiendo tan insólita perspectiva, los accidentes y circunstancias adquieren un significado trascendente, mientras que el mundo como un todo lo pierde. ¿Es todo esto nada más que la locura de una interpretación de ritmos? Si fuera así, ¿por qué resulta que Clint Mansell puede explicar mejor mi sinfonía constante con su Requiem for a Dr